viernes, 24 de septiembre de 2010

Madre

Este texto, esta dedicado a mi vieja Estela, pues de ella se trata la narracion.

Mi madre

Un piletón, una tabla de lavar, decenas de guardapolvos, buzos y uniformes escolares dispersos en un enorme canasto de mimbre, amarillento y desvencijado. Estela, como todas las semanas, se aprestaba a lavar y luego planchar la ropa de algunas divisiones de alumnos del colegio Don Bosco de Bahía Blanca, a la que también concurría su hijo mayor. Joven aún, sentía en sus manos el intenso frío que castigaba aquel crudo invierno al sur argentino. Estaba casada con Lidio, un obrero de origen itálico, y era madre de tres hijos de 12, 8 y 6 años, llamados Miguel, Carmen y Mario respectivamente. El magro salario que percibía Lidio como trabajador de una fábrica de soda y gaseosas, el alquiler de la casa que habitaban que debían abonar mensualmente, el alimento, la vestimenta y la educación para los hijos, demandaban de Estela un esfuerzo superior al que su pequeño físico debía soportar. Terminado el trabajo de lavandería y planchado, la ropa era colocada en forma ordenada en bolsas blancas del tipo que suelen usar los marineros. En compañía de Miguel transportaba el fruto de su trabajo hasta la escuela. También trabajaba en casas de vecinos, cuidaba de sus hijos y no sólo los amamantó a ellos, sino que además tuvo fuerza y reserva para hacerlo con Andrés, el hijo de una vecina del barrio, que no tenía las posibilidades naturales de hacerlo.
Estela había nacido casi siendo madre. En su adolescencia, fallecieron sus padres y sus cinco hermanos menores, cuatro mujeres y un varón, quedaron a su cargo. Esta rionegrina silenciosa, humilde, de aspecto tímido y temeroso, era en realidad una leona por su coraje y una bella flor por su dulzura.
Los años fueron pasando, sus hijos crecieron, se casaron y tuvieron a su vez hijos. Lidio falleció y Estela más pequeña que nunca, encorvada no sólo por el paso del tiempo, sino también por el reuma que hacía ya varios años la castigaba sin piedad, siguió de pie, sin vacilar, dando, siempre dando, sin pensar siquiera en recibir algo a cambio.
Cuando su hija Carmen vio fracturada su pareja por los avatares de los ´70, Estela fue a su casa a ponerle el hombro a sus nietos. Nuevamente el piletón, la cocina, la ayuda activa. Nuevamente el trabajo, el sacrificio y la entrega. La madre siempre vigente, sin claudicar ante el dolor físico y el dolor de la ausencia.
Qué potencialidad espiritual debió tener esta mujer, para que recién a los 93 años haya sido alcanzada por la muerte. Allí estaban sus hijos, sus nietos, sus hermanos, sus vecinos y todos aquellos que no quisieron faltar a la despedida de una mujer especial y una madre ejemplar. Como lo hice en aquella jornada me pregunto cuántas veces habrá llorado en silencio, sin que nadie lo advirtiera.
Miles de poetas han escrito sobre la inconmensurable figura de la madre. Seguramente ninguno de ellos, hubiese logrado describir a Estela con su estatura humana que sobrepasó el límite de las palabras y de la razón. Su magia la percibieron solamente aquellos que tuvieron el privilegio de disfrutarla.

NESTOR ROMPANI

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