viernes, 24 de septiembre de 2010

Vejez

A mi esposa Lucía, sostén inigualable y compañera permanente

Aparece de pronto, tomándome por sorpresa. Pequeños síntomas me anuncian, aunque mi conciente no lo perciba, que el ciclo evolutivo comienza a transitar la curva del regreso. El espejo marca con precisión la vejez, pero la imagen que devuelve, no me sorprende ni me preocupa. Esa figura que veo reflejada me sigue perteneciendo, simplemente sigo siendo yo mismo. Ni siquiera el deterioro físico es un síntoma que me alarme en demasía. Pero algo va cambiando a mi alrededor. El trato de los demás enciende la luz de alarma. Mi autoestima, mi seguridad que hasta ayer me mantuvieran “joven” declinan inexorablemente. Voy quedando al costado de los hechos. El respeto de otrora cambia su matriz. Ahora lo que respetan los demás son mis canas, mis arrugas, mi físico deteriorado, al que no le daba demasiada importancia. La vejez, ha llegado.
Pero me aferro a los recuerdos, me apoyo en todo lo que creí ser y me resisto a que comience la agonía. Entonces, recurro a toda mi experiencia, a la sabiduría que los años, la militancia, el protagonismo, el aprendizaje y las enseñanzas de otros, me han legado y me planto. Me auto convenzo de que todavía puedo y levanto la cabeza en un dramático grito silencioso: “acá estoy... sigo vivo y aún vigente”.
La vejez trae consigo otro tipo de valores. Es la línea de partida para un volver a vivir. Nazco por segunda vez y un horizonte nuevo, inmenso, infinito, se abre a mi frente. Comprendo abruptamente, así como advertí que la vejez había llegado, que todo ese bagaje de experiencia pasa a ser un capital tan importante que debe ser correctamente invertido. Entonces lo invierto… en la familia, en los amigos, en los que sufren, en los que extienden su mano pidiendo el calor de otra.
Soy viejo y como una continuación de mí mismo están mis nietos. ¡Y sí! la vejez permite que la palabra “abuelo” me emocione, me cargue de energía, me haga gozar de la vida… debo cantar con toda el alma “bienvenida vejez, gracias por haber llegado”.

NESTOR ROMPANI

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